lunes, marzo 26, 2007

Crónica de un ajuste de gabinete anunciado

Gobernar un país no es fácil, sobre todo cuando las circunstancias arrecian y amenazan con desbordar por todos lados. El año pasado vimos cómo se efectuaba un cambio de gabinete en medio de un reclamo estudiantil que se hacía sentir fuerte. Andrés Zaldívar fue uno de los que cerraron la puerta por fuera en ese momento y fue reemplazado por Belisario Velasco, quien a esta altura del gobierno de Bachelet parece un experto profesional en mantener la calma a pesar de que Roma esté en llamas y, por qué no decirlo, se perfilaba como uno de los candidatos a cerrar por fuera la misma puerta que Andrés Zaldívar cerró el año pasado.

Los analistas y los políticos no habían coincidido plenamente en el asunto de si debía o no hacerse un cambio. Aparentemente se iba a seguir con el mismo gabinete, es decir, busquemos la solución con la gente que hay, no sacamos nada con empezar a cambiar ministros, si el tema de fondo es mucho más complicado e implica más que un cambio en el equipo. Pero la presión era alta y no sólo de la oposición, pues conocidos prohombres de la Concertación ejercían su derecho a pataleo indicando que urgía efectuar un cambio. Así que el ajuste en el gabinete vino a poner la guinda de la torta para un inicio de año que costará olvidar en el seno oficialista, sobre todo pensando en que la Presidenta Bachelet tiene la responsabilidad histórica, lo quiera o no, de mantener a la Concertación como una opción válida y eficiente de gobierno.

La salida del ministro Sergio Espejo, y el nombramiento de René Cortázar, era la crónica de un cambio anunciado; Blanlot también lo era de alguna forma. La situación daba para pensar que la cirugía sería mayor todavía, incluyendo a Belisario Velasco y Lagos Weber.

Voy a extrañar al ministro Espejo, convertido en colaborador permanente de los noticiarios matinales, un maestro también en el oficio de mantener la calma, con su voz profunda y conciliadora, semejante al más avezado de los predicadores, mientras Hamlet a gritos señalaba que algo podrido olía en Dinamarca.

sábado, marzo 24, 2007

Cómo llegué a Oscar Castro: La vida simplemente

Llegué a Oscar Castro a través de los libros que había en la casa de mis padres. Sobre todo por uno de ellos, La vida simplemente (obra póstuma, 1951), una antigua novela que recomiendo leer y releer, pues da a conocer una realidad que aún podemos encontrar, a pesar de que el contexto histórico sea otro y que los avances de la economía y la globalización nos entreguen cada vez más ventajas competitivas.

Recuerdo que este viejo libro estaba entre los textos de la biblioteca familiar y comencé a hojearlo desde muy temprano, sin entender todavía aquel mundo que allí se narraba, una experiencia demasiado fuerte para un niño que hacía sus primeras armas en la lectura. Hoy con la distancia, puedo reflexionar lúcidamente en torno a la emoción que me producía en esos años de niñez leer un relato de tan intensa y cruda atmósfera.

La novela nos muestra la historia de Roberto, un niño con vivencias que poco o nada tenían que ver conmigo, sobre todo por la ingrata existencia que le había tocado vivir y los caminos tan escabrosos que se le pusieron por delante. Sentí un impacto inexplicable por la -a pesar de todo- sutil mirada de aquel niño que se colaba entre mis ojos -de niño también-, que recorría un mundo áspero, casi sin reglas, de delincuencia, fatalidad, de desprecio por los más pobres, de familias muy precarias, de abandono, en la trastienda de la ciudad, como una existencia latente allí en la sombra. No obstante, había ciertas luces en esta novela que daban algún grado de esperanza, como el encuentro con la lectura y el amor, aunque muy pronto apareciera la desilusión.

En La vida simplemente hay una entrañable raigambre social, una sintonía de Oscar Castro con el más profundo sentimiento popular, que le da la capacidad de retratar distintos tipos humanos que hasta hoy, tal como cuando Castro lo observó, coexisten en una realidad paralela a la de las brillantes luces de los mall, de las anchas y lindas avenidas, de las grandes construcciones, de los avances de la tecnología.

miércoles, marzo 21, 2007

De penales y micros

Caszely solo frente al arquero de Austria. Todos sus compañeros atrás, compañeros de fútbol buenos para patear penales, con fierros en los pies, con técnica. Pero Caszely estaba solo, corrió y desvió. Chile perdió 1 a 0; Caszely perdió mucho más que un partido, el ídolo tambaleó, sufrió; la gente se burló, cambió todos sus logros por un penal marrado. Se olvidó la exitosa carrera de un exquisito goleador, como no hemos vuelto a tener en nuestro país hasta tal vez, en menor medida, en Chupete Suazo o quizás en Alexis Sánchez.

Zamorano solo frente a las cámaras, bajándose de su micro, tratando de sobreponerse a la crujidera de su imagen, que es el mayor activo que posee. No importan los dólares, los euros, los pesos que pueda tener bien ganados en su carrera; su imagen salió perjudicada en esta vuelta y él lo sabe y sus asesores también deben saberlo. Por eso lo vimos frente a las cámaras, como protagonista obligado de algo parecido al teatro del absurdo.

Caszely y Zamorano tienen en común su pasión por Colo Colo, su capacidad goleadora, aunque en Caszely la técnica y habilidad eran mayores que en un esforzado y luchador Zamorano. Ahora tienen en común el hecho de vivir una situación que no se hubieran imaginado nunca para ellos.

Seguramente si Cazsely hubiera pateado cruzado y arriba, tal vez la historia sería diferente y el posterior cobro de responsabilidad también. Sólo tenemos en nuestra retina la imagen de un penal desviado, tal como ahora tenemos la imagen de un Iván dolido, afectado, tratando de zafarse de algo que lo tiene atrapado.

Obviamente que las historias y las circunstancias son diferentes; sin embargo, tal como lo hicimos en su momento con Caszely, hemos olvidado en esta pasada los logros del ídolo, quien por haber sido la imagen de un plan de transporte que implica una cirugía mayor en nuestra cultura, ha sido golpeado donde más le duele, en el cariño y reconocimiento de la gente.




domingo, marzo 18, 2007

A propósito del Transantiago

Hasta el momento hemos visto que el Transantiago sirve para varias cosas, como por ejemplo colapsar estaciones del metro, tanto que Blas Tomic, actual jefe máximo de tal entidad, dijo que de seguir así el tren subterráneo tendrá serios problemas. Lo mismo pasa en las calles, llenas de autos y en ciertos sectores llenas de conos. Las horas punta son muy complicadas por estos días. El Transantiago sirve también para que los noticieros tengan la noticia del día, con un muerto, con protestas, mostrando las pillerías chilenas para no pagar y un largo etcétera. Da la impresión a simple vista que el Transantiago sirve para todo menos para justamente aquello que es su esencia misma, es decir, un transporte digno para todos.

No obstante, hay cosas buenas en el Transantiago, tales como menos contaminación acústica y menos posibilidades de tentaciones relacionadas con el dinero. Además, hay a quienes efectivamente les ha significado un cambio positivo inmediato y es probable que cuando madure sea un medio eficiente y eficaz, con lo que nos convertiríamos en ejemplo en nuestro continente. Ojalá que así sea, pues necesitamos creer y comprobar que este cambio ha sido y será para mejorar nuestra calidad de vida, sobre todo pensando en los trabajadores de las poblaciones que tienen que atravesar de punta a punta nuestra atribulada ciudad.

Nos enteramos que el Transantiago sirve para unir en un diálogo a la Presidenta con la oposición –se reunió con Carlos Larraín, de RN, y Hernán Larraín, de la UDI-, en torno a un objetivo común que todos esperamos sea por fin un transporte que dé cuenta de la realidad y no de una virtualidad bosquejada en los computadores. Una señora me dijo, “es que los señores que diseñaron los recorridos ven en sus computadores que las calles son más cortitas, cuando en la realidad son bien largas”. En fin, así ella trataba de encontrar una explicación al hecho de quedarse sin su antiguo recorrido.

Ahí estamos. Con medidas y llamados a la población, informando ya sin Iván Zamorano, quien no tiene la culpa de haber participado de una campaña comunicacional que nació fracasada, que no estaba en sintonía con la realidad de las personas.

No muere el sueño