jueves, agosto 09, 2007

A day in a life

Viajo en metro. Alguien de amarillo me indica con una luz que no traspase una cierta línea que indica precaución. Subo por escaleras en las cuales hay letreros que dicen “no subir”. Cuando el tren abre las puertas, me piden por favor que deje bajar antes de abordar el tren, luego alguien viene con un altavoz y me indica “avance por la orilla, ubíquese en el centro del vagón, ve que nos estamos entendiendo, siga, siga, muy bien…”

Vuelvo a ocupar una escalera que dice no pasar. Más allá alguien pone una cadena. Un cierto código se escucha por los parlantes de la estación y un regimiento de personas de amarillo impide el paso a los andenes.

Hay trenes largos y cortos. No sé cómo el guardia de amarillo sabe antes de que ingrese a la estación cuál es cuál. Antes no escuchaba a estos guardias. Ahora me resultan simpáticos. El metro sobrevive y nosotros con él.

Más allá, en La Moneda, discuten acerca de quién sabía y quién no sabía que el plan de transporte para Santiago no estaba bien dimensionado. Vuelven los fantasmas de ministros que cerraron la puerta por fuera. La Presidenta les pide a los ministros que se enfoquen y no pierdan el rumbo. Cae nieve, las enfermedades del invierno hacen nata.

“Nieva nieve sobre los rincones del tiempo”, como diría Vicente Huidobro.

1 comentario:

Luciana dijo...

Claro, hubo un momento en que estábamos furiosos. Después, hubo que funcionar y entrar a la rutina. Y como el silencio de la nieve otorga, realmente nada ha cambiado en las colas que se forman cada tarde o los trasbordos obligados que siguen ocurriendo.

No muere el sueño