domingo, octubre 22, 2006

El libro de los afectos

Cuando tomé el libro que trajo mi hijo Cristóbal, leí que en su portada decía “Libro de los Afectos” y en su interior había una pequeña introducción en la que indicaba que éste era un espacio en el que guardaría un parte de su niñez, a la que ojalá pudiera volver siempre que quisiera.

Con mucha curiosidad abrí el libro para hojearlo y dar un vistazo al contenido. Allí estaba él relatando sus historias de infancia, de su primera infancia, con una asombrosa madurez para un niño de apenas seis años. Nos describía a nosotros, sus afectos, sus sueños, sus modelos de conducta. Allí estaba él retratado a través de su propio relato, en una historia en la que me vi yo mismo a través de sus ojos.

Me dedicó muchas frases en su libro, llenas de amor, llenas de orgullo, también habló acerca de la familia, de su hermana, de su mamá y su alegría de ser hijo nuestro. El libro de los afectos me devolvió mi propia niñez, mis sueños, mis alegrías, mis esperanzas. También me puso en mi rol de padre, en relación con mis hijos y todo adquiere un nuevo sentido. No hay una universidad en la que uno se gradúe de papá; pero ahí están nuestros propios hijos como prueba de nuestra labor como padres.

Las risas y las lágrimas se juntaron en mi rostro. Luego, al acostarlo, como todos los días, le di un beso y un abrazo, y le di las gracias por enseñarme lo maravilloso que es el mundo con ellos.

jueves, octubre 12, 2006

El Premio Nobel se lo doy a Nicanor Parra

A pesar de que el ganador oficial del año 2006 sea otro y a pesar de que la consabida amalgama de la política haya adornado las calles de Estocolmo con su presencia nuevamente, yo le doy el Premio Nobel a Nicanor Parra.

El se lo merece, caray que se lo merece. ¿O acaso hay alguna duda? Después de Mistral y Neruda, Nicanor Parra era a gritos quien merecía recibir el premio.

En esta oportunidad, el novelista turco Orhan Pamuk, de 54 años, fue el galardonado. Si bien los merecimientos de este escritor son varios, no alcanzan todos ellos la altura de la obra de Nicanor Parra, cuya influencia poética no sólo tiene base en Chile y Latinoamérica, sino que en todo el mundo y esto no es palabrería de marketing, los artículos, los libros, las obras poéticas, los tributos, los seminarios, las tesis y un largo etcétera están ahí como prueba para quien quiera descubrir por qué Parra merecía el Nobel.

Parra nos ha legado una obra fundacional, inaugurando un mundo de nuevos significados en el que la poesía se nos hizo irónicamente real.

Probablemente si Parra se hubiera dado maña para salir a recorrer las ciudades del mundo y deambular dictando cátedras sobre la paz y la política y la construcción de un mejor mundo, hubiera tenido alguna remota posibilidad de llevarse el premio. Pero eso es difícil a sus más de noventa años y más difícil también sería pensar en que alguien como Parra acudiría a hiperventilarse por la rutilante senda de los postulantes al Nobel.

Sin embargo, en este simple acto en algún lugar de Santiago de Chile, yo le otorgo el Premio Nobel a Nicanor Parra y renuevo en este mismo acto mi admiración por su inmensa obra. Así sea.

No muere el sueño