Parte de mi poética cotidiana
Esta semana fue agitada. El jueves 15 de diciembre se graduó mi hija del jardín infantil. El viernes 16 se licenció mi hijo de kínder. Ella caminó por el pasillo del auditórium. Tranquila y mirando a su tía. Yo estaba agachado en el pasillo y encontré sus ojos, fue una foto hermosa y ella se detuvo frente a mí y me dio un gran beso mientras la tía se desesperaba porque mi hija se salía del protocolo. Fue un gran momento.
El viernes me ubiqué muy cerca del escenario para sacar mejores fotos de mi hijo. Yo no contaba con que él iba a ser premiado como alumno destacado de su generación. No lo sabía. Ni siquiera él lo sabía. Las tías guardaron silencio y sólo supe cuando hicieron la premiación. No pude contener la emoción al verlo subir corriendo por la escalera mientras hablaban de sus logros; los logros de un niño de cinco años. Apenas saqué las fotos corrí a abrazarlo y darle un millón de besos y le dije al oído que lo quería mucho y él me dijo “yo también, papito”.
Sé que todo este comentario es algo simple, pero para mí tiene su consonancia en la poética que vivimos con mis hijos. La cotidianidad nos da fuerza y nos une. Mi hija es una princesa y mi hijo quiere que le regale todos los libros de mi biblioteca. Juntos inventamos historias y vivimos fantásticas aventuras, viajes a la selva, a la montaña, al espacio. Leemos e inventamos cuentos, hacemos compromisos y nos cobramos fieramente la palabra. Son mis ojos y mi alma y mi motivo.
Esta semana fue agitada. El jueves 15 de diciembre se graduó mi hija del jardín infantil. El viernes 16 se licenció mi hijo de kínder. Ella caminó por el pasillo del auditórium. Tranquila y mirando a su tía. Yo estaba agachado en el pasillo y encontré sus ojos, fue una foto hermosa y ella se detuvo frente a mí y me dio un gran beso mientras la tía se desesperaba porque mi hija se salía del protocolo. Fue un gran momento.
El viernes me ubiqué muy cerca del escenario para sacar mejores fotos de mi hijo. Yo no contaba con que él iba a ser premiado como alumno destacado de su generación. No lo sabía. Ni siquiera él lo sabía. Las tías guardaron silencio y sólo supe cuando hicieron la premiación. No pude contener la emoción al verlo subir corriendo por la escalera mientras hablaban de sus logros; los logros de un niño de cinco años. Apenas saqué las fotos corrí a abrazarlo y darle un millón de besos y le dije al oído que lo quería mucho y él me dijo “yo también, papito”.
Sé que todo este comentario es algo simple, pero para mí tiene su consonancia en la poética que vivimos con mis hijos. La cotidianidad nos da fuerza y nos une. Mi hija es una princesa y mi hijo quiere que le regale todos los libros de mi biblioteca. Juntos inventamos historias y vivimos fantásticas aventuras, viajes a la selva, a la montaña, al espacio. Leemos e inventamos cuentos, hacemos compromisos y nos cobramos fieramente la palabra. Son mis ojos y mi alma y mi motivo.
7 comentarios:
qué bonito, qué bonito.
Lo leo y me emociono.
un beso
Oh, Ernesto, con esta sencilla y humana narración de la vida cotidiana, despertaste mis recuerdos ablandando aún más mi corazón. Gracias.
Hermoso.
afortunados son tú y tus hijos de tenerse mutuamente...
le dejo un gran mantel de babero jeje...para estos casos hay que ponérselo sin pudor
te felicito
Precioso! enhorabuena:D
Las historias simples con las más bonitas... recuerdas es que decía por qué la Loica tiene el pecho colorado? Yo siempre lloraba con esa historia...
saludos chilotes
felicitaciones amigo...sabes de que hablo cuando te digo que comprendo "ese amor"... felicitaciones
Ale
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