Crónica de un ajuste de gabinete anunciado
Gobernar un país no es fácil, sobre todo cuando las circunstancias arrecian y amenazan con desbordar por todos lados. El año pasado vimos cómo se efectuaba un cambio de gabinete en medio de un reclamo estudiantil que se hacía sentir fuerte. Andrés Zaldívar fue uno de los que cerraron la puerta por fuera en ese momento y fue reemplazado por Belisario Velasco, quien a esta altura del gobierno de Bachelet parece un experto profesional en mantener la calma a pesar de que Roma esté en llamas y, por qué no decirlo, se perfilaba como uno de los candidatos a cerrar por fuera la misma puerta que Andrés Zaldívar cerró el año pasado.
Los analistas y los políticos no habían coincidido plenamente en el asunto de si debía o no hacerse un cambio. Aparentemente se iba a seguir con el mismo gabinete, es decir, busquemos la solución con la gente que hay, no sacamos nada con empezar a cambiar ministros, si el tema de fondo es mucho más complicado e implica más que un cambio en el equipo. Pero la presión era alta y no sólo de la oposición, pues conocidos prohombres de la Concertación ejercían su derecho a pataleo indicando que urgía efectuar un cambio. Así que el ajuste en el gabinete vino a poner la guinda de la torta para un inicio de año que costará olvidar en el seno oficialista, sobre todo pensando en que la Presidenta Bachelet tiene la responsabilidad histórica, lo quiera o no, de mantener a la Concertación como una opción válida y eficiente de gobierno.
La salida del ministro Sergio Espejo, y el nombramiento de René Cortázar, era la crónica de un cambio anunciado; Blanlot también lo era de alguna forma. La situación daba para pensar que la cirugía sería mayor todavía, incluyendo a Belisario Velasco y Lagos Weber.
Voy a extrañar al ministro Espejo, convertido en colaborador permanente de los noticiarios matinales, un maestro también en el oficio de mantener la calma, con su voz profunda y conciliadora, semejante al más avezado de los predicadores, mientras Hamlet a gritos señalaba que algo podrido olía en Dinamarca.
Gobernar un país no es fácil, sobre todo cuando las circunstancias arrecian y amenazan con desbordar por todos lados. El año pasado vimos cómo se efectuaba un cambio de gabinete en medio de un reclamo estudiantil que se hacía sentir fuerte. Andrés Zaldívar fue uno de los que cerraron la puerta por fuera en ese momento y fue reemplazado por Belisario Velasco, quien a esta altura del gobierno de Bachelet parece un experto profesional en mantener la calma a pesar de que Roma esté en llamas y, por qué no decirlo, se perfilaba como uno de los candidatos a cerrar por fuera la misma puerta que Andrés Zaldívar cerró el año pasado.
Los analistas y los políticos no habían coincidido plenamente en el asunto de si debía o no hacerse un cambio. Aparentemente se iba a seguir con el mismo gabinete, es decir, busquemos la solución con la gente que hay, no sacamos nada con empezar a cambiar ministros, si el tema de fondo es mucho más complicado e implica más que un cambio en el equipo. Pero la presión era alta y no sólo de la oposición, pues conocidos prohombres de la Concertación ejercían su derecho a pataleo indicando que urgía efectuar un cambio. Así que el ajuste en el gabinete vino a poner la guinda de la torta para un inicio de año que costará olvidar en el seno oficialista, sobre todo pensando en que la Presidenta Bachelet tiene la responsabilidad histórica, lo quiera o no, de mantener a la Concertación como una opción válida y eficiente de gobierno.
La salida del ministro Sergio Espejo, y el nombramiento de René Cortázar, era la crónica de un cambio anunciado; Blanlot también lo era de alguna forma. La situación daba para pensar que la cirugía sería mayor todavía, incluyendo a Belisario Velasco y Lagos Weber.
Voy a extrañar al ministro Espejo, convertido en colaborador permanente de los noticiarios matinales, un maestro también en el oficio de mantener la calma, con su voz profunda y conciliadora, semejante al más avezado de los predicadores, mientras Hamlet a gritos señalaba que algo podrido olía en Dinamarca.