El violinista
Subí a ese micro a pesar de que no me servía mucho. En fin, mejor acercarme lo más posible a mi casa para salir luego de este sector. Así no más fue. Rápido y silencioso, sentado con la vista fija en ninguna parte, pensando en nada hasta que sentí nuevamente el mismo desvencijado acorde de un violín fatigado de tanta lucha callejera.
Me había librado antes de la perturbadora oscilación musical impuesta por notas medio inventadas y desabridas del violinista. Tenía mala suerte este tipo. Yo lo había visto antes y sabía que a cada bus que se subía acarreaba una cierta fatalidad. Claro que lo sabía. Bajo sus acordes habíamos chocado una vez en pleno centro. Pero yo no me iba a bajar en ese sector, sería mayor fatalidad aquella acción. Sobre todo de noche. Mejor seguía absorto en lo mismo de antes de escuchar los errabundos acordes, es decir, en nada, con la vista perdida y deseando en mi fuero más interno que el bus se apurara.
Sonaron las monedas. El chofer no se detuvo. Sonaron las monedas contra el suelo, sonaron más fuerte que la caída, que el violín destrozado, que la música adolorida, que el último desaliñado grito del viejo violín en el húmedo pavimento de la noche.
Subí a ese micro a pesar de que no me servía mucho. En fin, mejor acercarme lo más posible a mi casa para salir luego de este sector. Así no más fue. Rápido y silencioso, sentado con la vista fija en ninguna parte, pensando en nada hasta que sentí nuevamente el mismo desvencijado acorde de un violín fatigado de tanta lucha callejera.
Me había librado antes de la perturbadora oscilación musical impuesta por notas medio inventadas y desabridas del violinista. Tenía mala suerte este tipo. Yo lo había visto antes y sabía que a cada bus que se subía acarreaba una cierta fatalidad. Claro que lo sabía. Bajo sus acordes habíamos chocado una vez en pleno centro. Pero yo no me iba a bajar en ese sector, sería mayor fatalidad aquella acción. Sobre todo de noche. Mejor seguía absorto en lo mismo de antes de escuchar los errabundos acordes, es decir, en nada, con la vista perdida y deseando en mi fuero más interno que el bus se apurara.
Sonaron las monedas. El chofer no se detuvo. Sonaron las monedas contra el suelo, sonaron más fuerte que la caída, que el violín destrozado, que la música adolorida, que el último desaliñado grito del viejo violín en el húmedo pavimento de la noche.
5 comentarios:
Amigo Ernesto, me encanta leerte. Y este relato me suena a conciencia y a recorridos y personajes anónimos con poca suerte.....
un abrazo
yas
Está muy bueno. Creas una atmósfera sutilmente tétrica, sobrenatural.
saludos!
Como lo han dicho, vuelvo a reiterarlo...Muy bueno.
La historia de ese violin.Como un objeto que debiese causar placidez y reacciones sublimes, se puede transformar en un peligro,en horror.
Muy interesante el blog
Auf Wiedersehen!
Que susto.
Esto me hace recordar tantas historias de música en las micros. Tanto artista incomprendido, y tanto pseudoartista aprovechado de la ingenuidad de la gente.
Excelente historia. Esperemos que ahora no se compre una armónica. Si se cae se atora...
=(
Me sumo al coro de expresiones satisfechas Ernesto!
Un abrazo
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