Un viejo amigo me lee por teléfono un poema que suena a soneto, creo que sí es un soneto, de José Miguel Vicuña. Este es un poeta fuerte, cerebral, muy intelectual y con un gran bagaje cultural, lo que sin duda lo trae en la sangre, pues entre su familia se cuentan intelectuales de peso, como los hermanos Lagarrigue. El es un poeta denso, espeso en el más profundo sentido de la palabra. Sin embargo, el poema que este viejo amigo (es viejo en el bonito sentido, frisa los setenta años) me leyó sugería la cercanía de un paso a lo indescifrable de la despedida eterna. Sé que José Miguel Vicuña no es creyente en lo divino. Al menos así se lo he escuchado decir a él. El tal vez se acerca más al positivismo, pero su poesía lo conecta inescrutablemente con la trascendencia de la ultravoz y del verbo.
La conversación telefónica me trajo a la mente otro poema, "Testamento". Cito algunos versos de este poema, de su libro Elemento y Súplica del año 2000:
"Estoy pronto. Mi alma va intocada
No importa, pues, que caiga
este telón de tierra
porque otra primavera
se insinúa en el fin.
Ahora que se cumple
nuevamente la hora,
cuando la tarde cae,
parece todo comenzar.
Lo nuevo, lo imposible,
son apenas destellos
de lo que más amamos.
Nada que nos deslumbre,
porque ya lo sabíamos.
Tú naces, creces, vives. Te desvives.
Todo en ti se revela
como forma de enigma.
¿De qué mundo regresas?
¿Qué experiencias tejían
tus ojos al nacer?"
El poema es más largo, pero estos versos muestran un profundo sentimiento a propósito de la vida (y de la muerte) y una interrogante que comienza a palpitar a medida que leemos. Esa es la palabra de Vicuña.
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