Cae agua en Santiago. Qué buen fenómeno el de la lluvia. Aunque debo confesar que a mí no me atrae del todo. "¿Qué?", me dijo un amigo cuando se lo mencioné, "¿por qué no te atrae la lluvia si tú escribes?". Porque no. Punto. Ahí acabó esa conversación en torno a la inspiración que supuestamente viene en cada trazo de agua que irisa las pupilas de la gente. Yo prefiero el día después. Un sol espléndido en pleno invierno, aunque sin ningún entusiasmo de su parte por darnos aunque sea unos minutos de calor amistoso. Llueve, sobre el campo el agua mustia cae fina... El poeta Carlos Pezoa Véliz lo sabía. Más allá de cualquier consideración epocal en su forma de escribir, él lo sabía. Cuando el agua cae es fina, grácil, leve, pero mustia también. Hay gente que corre bajo el agua de la lluvia. Está bien. Pero yo no. Aunque recuerdo a mi abuelita abogando para que mi madre me dejara en la cama sin ir al colegio porque la lluvia era muy insistente o esas figuras maravillosas que fabricabamos con las huellas que dejaban los camiones en una calle cerca de mi casa. Bueno, sí hay algo en la lluvia que me atrae, pero la prefiero cuando está en silencio, lejos de mis pasos, sin acariciarme el pelo, sin envolverme. La prefiero cuando no es...
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