Alberto Rojas Jiménez:
jugando con el olvido
Alberto Rojas Jiménez es el poeta de la noche, uno de los amigos preferidos de Pablo Neruda, los que juntos llegaron a conformar dos caras de una misma moneda. Según Oreste Plath, era un joven mago, amante del buen vino y de las exquisiteces, así como también animador de la fiesta y guía del espectáculo.
He escrito algunos post acerca de Alberto Rojas Jiménez, pero nunca es demasiado. Por lo mismo, vuelvo a caminar por este tema, porque pocos vates tienen ese halo de misterio que rodea a Alberto Rojas Jiménez, un personaje arraigado en lo más profundo de la literatura chilena, quien ni siquiera se preocupó de publicar sus libros de poesía. Lo suyo era la vida del errante, la bohemia y el ocio (sagrado) de la conversación. Por lo mismo, él nunca imaginó la trascendencia que tendría su figura más allá de su muerte.
Fue poeta, narrador, cronista, dibujante, crítico. Sin embargo, sólo el libro “Chilenos en París” -conjunto de ágiles crónicas, resultado de su viaje a Europa- ha trascendido como la única obra impresa del poeta.
Existen poemas sueltos publicados en diversas revistas y antologías, siendo Carta-Océano el más conocido; cuentos que corrieron la misma suerte de su poesía, así como algunos capítulos de dos novelas: Una mujer y Africa. Asimismo, cuando Claridad nacía, en 1920, mostraba el camino de renovación para la poesía a través del “Primer Manifiesto AGU”. Además, sus amigos siempre hablaron de un libro de poemas que nunca llegó a publicarse, “Solnei”.
No hay duda de que su vocación juguetona lo llevó a ir y venir, como un eterno viajero que hizo de su vida una existencia poética. Incluso más de alguien puede llegar a pensar que la dificultad para encontrarse con la poesía o la prosa de Rojas Jiménez forma parte del juego que él mismo quiso legar. No obstante, gracias al afán de investigadores de la talla de Oreste Plath o de poetas como Jorge Teillier conocemos algo de la obra literaria y del anecdotario de este poeta.
Veamos un poema, que es una pequeña joya, tal como dice Volodia Teitelboim:
Pequeñas palabras
Los brazos cruzados,
la pipa entre los dientes,
contempo el fuego del hogar.
A mi lado, dulcemente hablas,
elevas tu voz, sonríes
y luego callas.
Las cosas que tú dices
no tienen importancia
Tus palabras
son débiles, pequeñas...
Sin embargo yo amo tus palabras.
En su fragilidad hay tanto de ti
que en ellas no es necesario
un hondo sentido, para llenarme de gracia
En torno a mi corazón desnudo
se agrupan tus pequeñas palabras
como un corro de mariposas a la lámpara.
(En: Sucesos, Nº1.002, Santiago, 8 de diciembre de 1921, p.47)
Rojas Jiménez vivió una vida sin ataduras, como jugando. Su personalidad cautivaba y para los amigos el poeta era un ángel encantador. Basta con leer los recuerdos de González Vera, la semblanza que irisa la mano de Oreste Plath o la bella elegía que Pablo Neruda le dedica desde Europa. Asimismo, las incontables notas que para cada aniversario de su muerte se publicaban en Santiago y en provincia nos entregan una prueba de la admiración sentida hacia él.
Si bien con el paso de los años los amigos fieles han muerto, él ha trascendido a generaciones que no tuvieron la oportunidad de ser cautivadas por su destreza verbal y capacidad histriónica.
El poeta había nacido con el siglo XX y su magia fue apagada por una inefable lluvia un día 25 de mayo de 1934, cuando apenas tenía treinta y cuatro años. Alberto Rojas Jiménez pisa el umbral del olvido y se burla de él legándonos su voz, su expresión, su misterio. Parece inasible y cercano, nunca borrado por el agua y por la noche, sino que vivo e inmortal, volando sobre la muerte.